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Aquel libro me tenía atrapado entre sus páginas, resultándome imposible abandonar su lectura. A medida que me deslizaba por sus múltiples palabras, más se agudizaba mi parte consciente. Expectante ante el hiriente lamento que rezumaban sus hojas. Capítulos que narraban la historia de España y su eterna pugna entre luces y sombras. Pasajes que jamás debiéramos olvidar, en pro de no repetir nuevamente idénticos errores. Donde nuestro Estado tuvo grandes dificultades para implementar plenamente los aires liberales de la Ilustración. Principalmente a causa de nuestra débil burguesía, que allí donde sí arraigó terminó derivando en la irrupción de los nacionalismos y regionalismos, a consecuencia de la falta de entendimiento entre las regiones periféricas y la Administración central. Como así aconteció en Cataluña o en el País Vasco. Empresariado que hoy, después de un gran auge, merma en número y lazos de unión. Tornándose inconcebible que actualmente desde las Cortes se pretenda dictar a la patronal como regir sus órganos internos. Que se ataque, al parecer, impunemente a sus miembros y los demás callen. Mientras los distintos sectores tampoco nada comentan al respecto, al objeto de no importunar. Qué como dice aquella popular frase: "el que se mueve no sale en la foto". Tristes Pensamientos esbozados por Francisco y que me recordaban a la metafórica proclama del célebre escritor H. G. Wells, planteada en su mítica novela: "El país de los ciegos". (Leer más
España es una de las comunidades políticas más longevas. A pesar de ello al arrancar la centuria decimonónica se erige como un Estado pluriétnico, aunque en ningún caso plurinacional. Debido a que su concepción originaria parte de la suma de distintas regiones independientes. Esto que cabría ser considerado como el germen de la controvertida situación contemporánea al respecto de los nacionalismos y regionalismos españoles, no es más que una característica igualmente compartida por la mayoría de los países europeos. Naciones que aún albergando identidades colectivas diferentes, lograron exitosamente inculcar en sus habitantes un profundo sentimiento patriótico, mediante la defensa de idénticos símbolos y valores.

No obstante, no fue esto lo acontecido en España. A causa básicamente de la tímida acogida que se prodigó a los flamantes aires de la Ilustración que soplaban con fuerza desde Europa. Los escasos periodos constitucionales desde ese instante, rotos por otros dictatoriales, se convertirían en el principal impedimento para la consolidación de la referida doctrina en nuestro Estado. Siendo una peculiaridad de nuestro país la convivencia de un derecho civil común, con otros forales o especiales. Al llevarse también al ámbito del Derecho el agitado enfrentamiento ideológico que se mantenía en el terreno político. Convirtiéndose este fracaso en el caldo de cultivo en el que se gestarían los nacionalismos y regionalismos durante el último tercio del siglo XIX.(Leer más)
Parece ilógico proseguir inmersos en esa perenne disputa entre los distintos territorios españoles. Y más cuando a nivel internacional se muestra como irreversible la consolidación de la globalización. Desencadenando un auténtico vaciamiento del poder de los Estados. En base a estos planteamientos, a mediados de los años ochenta del siglo XX se deja de hablar de gobernabilidad. Como suficiencia de un país para resolver sus conflictos colectivos internos, mediante la aplicación de las políticas públicas más adecuadas. Para dar paso al concepto de gobernanza. Donde la garantización de la cohesión social no sólo depende de la gestión gubernamental nacional, sino de su capacidad de coordinación con entidades públicas y privadas, estatales y transestatales. Obligando a los dirigentes de cada Estado a compartir su autoridad dentro de las propias fronteras con otros estamentos, en materias tales como: inmigración, seguridad, economía, medio ambiente,... (Leer más)
Mención especial hacía Francisco al respecto de la controvertida cuestión de los nacionalismos y regionalismos españoles. Recordándonos nuevamente nuestros ya casi dos siglos de enfrentamientos continuos. Negándose a pertenecer a ninguna de "las dos Españas". Mostrándose,  al igual que otros tantos liberales nacionales, deseoso de pasar página y sumergirse en la Tercera España. Aquella que describió Salvador de Madariaga como: la de la libertad, la integración y el progreso.

Para los analistas del momento nuestra Transición se convirtió en ejemplo a copiar. Por su capacidad de consenso, plasmada en la Constitución de 1.978. En cuyo artículo 2 se recoge: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española(...)".Ya que como bien ha aseverado el Tribunal constitucional, nuestra actual Carta Magna "(...) no es el resultado de un pacto entre instancias territoriales históricas que conserven unos derechos anteriores a la Constitución y superiores a ella(...)La (...) actualización de los derechos históricos supone, en primer lugar, la supresión, o no reconocimiento de aquellos que contradigan los principios constitucionales.(...)"

Concluyendo ese capítulo de la obra: "El vituperado sistema electoral de la Restauración y sus similitudes con la partidocracia vigente", con una recopilación de ciertos fragmentos de un enardecido discurso pronunciado por José Ortega y Gasset, en la sesión de las Cortes del 13 de Mayo de 1932. A tenor del debate suscitado en torno al Estatuto de Cataluña: "Siento mucho no tener más remedio que hacer un discurso doctrinal, (...) sobre el problema catalán. (...)Porque acontece que el debate constitucional en su realidad no coincide. (...)."

Interpelándonos postreramente Francisco acerca del mal que aquejaba a nuestra patria, incapaz de aprender de su pasado y condenada a repetir una y otra vez idénticos errores.(Leer más

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